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Para vivir bien se nos ha entregado la tierra, la lluvia, el viento y el sol; todo ello para nuestro beneficio; y en todo se consuma el amor; amor a la existencia humana, amor al prójimo, a la familia, a nuestros semejantes contemporáneos.
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Nos ha sido entregado el fruto de la tierra y toda clase de vida con la que tenemos que convivir, y eso no se aprende, sino que ya se trae, venimos con ello.
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Pero tanto egoísmo nos ha hecho olvidar la felicidad, la risa y el llanto; nuestros rostros se han vuelto rocas tiesas, la vanidad ha ensombrecido nuestra alma.
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Quisimos ganarle a Dios, luchamos contra Él, y, queriendo superarlo, secamos los ríos, y volvimos en desierto los bosques; nuestros pies ardieron en el asfalto y por nuestra enfermiza ambición nos volvimos degenerados y miserables; y el egoísmo y la maldad han envenenado nuestra sangre y nuestro verbo.
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Nos volvimos duros, violentos, mentirosos, codiciosos, soberbios.
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Volvamos atrás, pues algo hicimos mal; es tiempo de estrechar la mano a nuestra naturaleza y de reconciliarnos con nosotros mismos.
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Hay que aprender a vivir. Entendamos a la vida; la vida nos pertenece mientras estemos aquí, y es prestada para efectos de la eternidad. Dios nos ha encomendado la tarea de vivir, y hay que hacerlo bien.
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Busquemos la paz, honremos a la sabiduría y miremos a lo alto, para que en nuestros ojos sea reflejado El Amor que ha vencido al mundo.
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